Anna Pruna / Eliana Guerrero (Santa Marta, Colombia, 1972) es una mujer tan alegre como brava que hace honor a su apellido. Acostumbrada desde pequeña a guardarse las espaldas y a tener los ojos muy abiertos, dedica gran parte de su tiempo libre a patrullar por los andenes y los trenes del metro de Barcelona, evitando centenares de hurtos y ganándose tanto el cariño de los usuarios como el odio de los carteristas, para quienes se ha convertido en su peor pesadilla. Como si de una súper heroína se tratase, Eliana se transforma en cuando entra en el metro –silbato en mano– en una justiciera altruista con la que muy pocos se atreven a enfrentarse.
¿Cómo era tu vida en Colombia?
Eliana Guerrero, patrullera altruista, al metro del Poble-sec
Yo vivía en el peor barrio de Santa Marta, le llamaban ‘Medellín’ por lo peligroso que era, en mi barrio no entraba la policía. Allí por ser delgada, por ser chica, por ser supuestamente débil, muchos iban a por mí. Pero mi padre me enseñó a guardarme las espaldas y a no dejarme pisar. Quería estudiar derecho y mi padre me iba a pagar la carrera pero al poco de terminar bachillerato mi padre murió. Me apunté entonces en un proceso de selección para trabajar en una institución del estado y terminé trabajando en el banco del estado de Colombia. Por determinadas circunstancias necesité poner tierra de por medio y vine a Barcelona, donde vivía mi hermana y donde sabía que podría cubrirme las espaldas.
¿Cuándo decides ponerte a patrullar en el metro?
Empecé en 2009, entonces trabajaba en una empresa de control de plagas y me movía mucho en la línea verde del metro de Barcelona, donde tenía a mis clientes. Un día vi que unas carteristas habían dejado un estuche, lo cogí y vi que era insulina, entonces la carterista me lo arrebató y lo lanzó al otro lado de la vía, destrozándolo. El turista a quien habían robado había entrado en pánico. Una chica me explicó que esas carteristas vivían en su escalera, me apunté la dirección y llamé a un amigo policía para preguntarle qué podíamos hacer, me dijo que no podíamos hacer nada.
¿Decides tomar la justicia por tu mano?
Al día siguiente estaba en la Tienda del Espía, comprando gafas de visión trasera, cámaras de vídeo vigilancia… y durante muchos meses estuve siguiéndolas. Al final no pude hacer nada y eso me creo un gran malestar, como una necesidad de compensar al universo.
¿Cómo compensarlo?
Cogí una cartulina y escribí “carteristas” en todos los idiomas. Al día siguiente prácticamente no trabajé. Me fui con la cartulina y me dediqué a perseguir a esas carteristas y a otras por todas partes donde iban, evitando así muchos hurtos.
¿Cómo sabías que eran carteristas?
Los conocía, la gente que habitualmente cogemos el metro los vemos cada día. Aunque las últimas dos o tres temporadas ha venido una nueva generación de carteristas que nunca dirías que lo son: chicas con pamelas, con los dientes arreglados, el pelo teñido. Yo los conozco a todos por el nombre. Y ellos a mí. Ahora, después de tanto tiempo, cuando me ven en el andén, levantan la mano y eso es un signo de paz, saben que ellos se van y yo no toco el silbato.
¿Has temido por tu integridad?
He tenido tres agresiones fuertes con lesiones y juicios de por medio. En una de las ocasiones estuve ingresada, me rompieron dos dedos y tengo capsulitis de por vida. Otro día me encontré con siete chicos, carteristas, en la puerta de mi casa de madrugada, por suerte tengo un contacto directo con los mossos y vinieron rápido. A veces pasan por delante de la oficina donde trabajo y me escupen en los cristales. Saben dónde vivo y donde trabajo.
¿Qué llevas en el bolso para patrullar?
Aquí llevo el “devuelve billeteras”, un cable enrollado y atado con un extremo suelto, esto pega duro si se ponen farrucos. También llevo un spray anti agresiones, un silbato, un pequeño destornillador gracias al cual me han devuelto mi móvil dos veces y una lima de uñas metálica.
¿Alguna vez has trabajado con los mossos?
A veces no les importa que patrulle con ellos. Tengo buena relación con ellos y con los vigilantes de seguridad. Cuando empecé a salir en los medios sí que me veían como algo negativo, como que les quería dejar en evidencia, pero no era el plan para nada. Para mí es una labor de apoyo a la sociedad porque estos carteristas no roban solo a turistas. Yo he visto cómo les robaban a ancianos, a ciegos, a madres con recién nacidos…
¿Te hubiera gustado ser policía?
Por una parte sí, pero por otra no. Porque veo que tienen que obedecer leyes que les atan de pies y manos, leyes estúpidas. Si la billetera no lleva más de 400€ no puedes hacer nada, los identificas y los dejas en la calle. Esto para una persona que trabaja en la policía es muy frustrante, igual que para los vigilantes de seguridad, que más de una vez se tienen que oír: “¡lo que tú ganas en un mes yo me lo gano en un día!” por parte de carteristas.
¿Te compensa lo que haces?
Cuando un japonés a quien le has devuelto una cartera te hace una reverencia o la gente a quien le devuelvo la el móvil me abraza… eso compensa. Además esto me produce muchísima adrenalina, ya no puedo dejar de patrullar.
¿Cuáles son tus proyectos de futuro?
Mi proyecto para final de vida será combatir la ablación y los matrimonios infantiles en Yemen, ya tengo pensado algún plan para combatirlos pero me falta el dinero. Creo que tenemos que involucrarnos más como sociedad y dejar de ser autistas sociales.